26/11/08

"Del Pulmón a las Venas"


Ese día hizo calor. Desde la mañana sentimos esa tibieza que nos daba el sol al final del invierno del 92. Para muchos, era un día común y corriente, un día más de trabajo, un día de clases. Pero para mi familia y para mí iba a convertirse en un día especial.

Nos levantamos temprano porque teníamos que hacer muchas cosas. Eran las nueve de la mañana cuando mi abuelita Adriana abrió las cortinas color blanco invierno para dejar entrar los últimos rayos matutinos que tomaríamos en ese lugar. Recuerdo que desde esa ventana podíamos ver el cerro Santa Lucía que en esa época del año se encontraba renaciendo luego del crudo y sensible invierno que ya se retiraba. Recuerdo ver tantas cajas llenas de cosas, selladas con huincha de embalaje. Cada una tenía escrito en un costado con letras muy grandes de color negro lo que contenían. “Juguetes”, “loza”, “adornos”, “libros” eran los principales titulares. Estuvimos toda la mañana tomando y sacando cosas para guardarlas en las frágiles cajas de cartón.

Ya después del almuerzo, vinieron unos señores a desarmar las camas y con mucho cuidado comenzaron a bajarlas parte por parte. Mientras uno bajaba al primer piso por la escalera, el otro cerraba la reja del ascensor para volver al cuarto piso a buscar algún colchón. Creo que ese fue el trabajo más fácil para ellos, porque el más difícil de todo fue bajar el piano que heredé de mi tía Cochi (murió muy joven de cáncer) Como era tan pesado y grande, tuvieron que bajarlo entre cuatro personas. En un momento, uno de ellos dio un paso en falso e hizo que se golpeara con uno de los escalones de baldosa salpicada de blanco y negro que cubría la escalera.

Al poco rato, terminaron de subir las últimas cajas más pesadas al camión. Con mi hermanita mirábamos tan impresionadas el espectáculo que nos parecía un poco triste. Cada vez que se llevaban un caja, en el ambiente se podía percibir un aire de vacío. Todavía puedo ver al cerrar mis ojos una alfombra muro a muro de color plomo desgastada por los años y el papel mural un poco desgarrado de las paredes que colgaba y se movía al compás de una suave brisa, brisa que cerró la puerta de nuestro departamento por última vez.

Subimos las maletas al auto y partimos hacia el nuevo lugar. Recuerdo que me quedé mirando apoyada en la ventana mientras el auto se dirigía hacia Vicuña Mackenna. Yo le decía chao a cada cosa que veía: a un árbol, a un perro, a una esquina, a un almacén.

El camión que llevaba mi piano iba detrás de nosotros y como iba tan cargado, iba más lento que nosotras. Estuvimos casi una hora viajando y a mi se me hizo eterno. Lo mejor de todo fue que mientras más andábamos, más iba desapareciendo el plomo del cemento y por todas partes había verde. Después de haber andado durante largo tiempo por una misma calle (mientras los ojos se me cerraban de lo aburrida que estaba, pensaba en como sería tener nuestro nuevo lugar lleno de nuestras cosas), mi mamá dobló en una esquina donde había una iglesia. El auto comenzó a moverse hacia la cordillera. Cada calle que pasábamos hacía acercar aún más a la cordillera y cada vez se hacía más grande. Luego de unos minutos, me pareció que habíamos salido de la ciudad. En las veredas podíamos ver árboles muy altos que daban sombra, y en el costado de la calle se veía un campo muy verde con muchas flores silvestres.

Entonces, mi mamá volvió a doblar y parecía que estábamos en el campo. Avanzamos hasta un pasaje donde nos estacionamos. Con mi hermana, nos bajamos del auto y corrimos a abrir la reja. Le pedí la llave a mi mamá y abrí la puerta. Entramos y con mi hermana empezamos a decir “ah” muy fuerte y el eco se encargaba de rebotar en las paredes. Parecía que estábamos hablando con un micrófono. Mi abuelita me hizo callar y nos pidió que saliéramos a jugar a la calle. Tomé de la mano a mi hermanita y salimos.

Cuando llegamos afuera, vimos a una niña pelirroja de vestido rosado que andaba en su bicicleta roja. Iba muy rápido e incluso abría las piernas y sacaba las manos del manubrio. Yo me quedé muy impresionada. Me acerqué y le grité: - “Oye, ven”. Ella seguía subiendo y bajando por la calle como si nada hasta que se detuvo a nuestro lado.

- Hola – le dije. – ¿Vives por acá?.
- Sí. En la casa que tiene el grifo amarillo – me respondió. Me llamo Nicole, ¿y tú?
- Pitu - le contesté.
- ¿Pitu? ¡Qué nombre tan raro!
- Así me dicen todos – En realidad me llamo Carmen y esta es mi hermanita Natalia.
- ¿En qué curso vas?
- Estoy en segundo. Y tú, ¿no vas al colegio?
- Todavía no. Es que soy muy chica todavía. Tengo 6 años.

Realmente me sorprendió ver que una niña más chica que yo pudiera andar en bicicleta y hacer piruetas con ella, y yo todavía no sabía como mantener el equilibrio. Le pedí prestada su bici. Pero por más que traté, no pude avanzar ni un poco manteniendo el equilibrio. Mi amiga me daba ánimos y me ayudó mucho.

Pasaron dos semanas y yo salía todos los días a buscar a mi amiga para que prestara la bici. Al poco tiempo después, aprendí a andar sola. Estaba tan feliz, que no podía dejar de andar en ella. Así que un día me di cuenta de que Nicole se había enojado por quedarme con su bici. Me dio tanta vergüenza. No sabía como remediar lo que había hecho.

Un día mi abuelita llegó con un regalo para mí; una cuerda para saltar. Hacía mucho tiempo que quería una cuerda. Le dio un besito de agradecimiento y salí a mostrársela a Nicole. Ella se quedó mirando como saltaba. Al rato después, le ofrecí la cuerda pero la rechazó. Le pregunté por qué, y me respondió muy enojada que no sabía como saltar la cuerda. A mí, me dio como un ataque de risa y le dije: - Qué bueno. Si quieres, yo te enseño. Mira, es súper fácil.

Desde ese día las dos nos hicimos más amigas, porque ambas nos habíamos enseñado algo muy valioso; el compartir. Pasó un buen tiempo y empezaron a llegar más vecinos a la villa. No fue necesario hacer mucho, porque la amistad entre nosotros surgió sola. Llegó la Paloma, la Vicky con el Jorge, la Mariana y la Fabiola con la Carolina. Lo pasábamos tan bien que nos quedábamos hasta muy tarde en la noche jugando a la escondida, a la pinta, a la puerta verde, a las naciones. Hacíamos piyamas party y nos quedábamos contando historias de terror hasta las 6 de la mañana, hacíamos sopa de sobre o veíamos una película. La mejor parte eran las largas conversaciones entre niñas. Ustedes saben a que me refiero.

Yo por mi parte, me hice muy amiga de Mariana. Vivía en la casa del frente. Era muy chistoso porque viviendo tan cerca, nos juntábamos en el chat para conversar (en ese tiempo todavía no había Messenger) Ella me ha enseñado mucho. Cuando recién nos conocimos era muy creída, pero al poco tiempo me di cuenta de que era una persona súper sensible y valiosa.
La extraño mucho. Así que aprovecho de hablar todo lo que puedo con ella cuando nos encontramos en el Messenger (ahora sí que el Internet nos acerca de verdad) Mariana me enseñó a valorar lo que tengo y a no desaprovecharlo cuando se tiene cerca.

Hoy en día, al menos yo, no tengo tanto contacto como antes con mis vecinos y amigos de la niñez. La diferencia de edad se hizo notar. Sin embargo, siempre nos saludamos y nos vemos a lo lejos. ¿Quién iba pensar que después de tantos años yo iba a estar relatando nuestra historia?.

Todos estamos más grandes; algunas empezando la media otros terminando el colegio y preparándose para dar la PSU; una que se nos fue de vuelta a su tierra, y yo en la universidad estudiando y trabajando a full. Pero lo más importante es que todavía tenemos por dentro esa esencia de cuando éramos chicos.

Sólo les digo chiquillas y chiquillo que esté es sólo el principio del fin. No importa lo que pase. Saben que siempre podrán contar conmigo. Aunque me haya alejado, siempre pienso en ustedes porque todo lo que pasamos juntos fue una de las partes más felices que he tenido en mi vida. Yo nunca pensé que podría llegar a tener un lugar donde sé puedo contar con muchas personas. De la gran soledad y monotonía que tenía en el pulmón, me fui por la corriente hasta las venas más abruptas, calmas y deliciosas en las que puede haber fluido.

Lo mejor que podemos hacer en este momento es seguir adelante con las metas que queremos alcanzar. Y tú también, querido lector, fuiste un personaje de esta historia que aún no termina. ¿Cómo podría terminar este relato si una vida no termina con un final?

2 comentarios:

dulcie tales dijo...

I'm glad I was an inspiration for you, but our best inspiration is love and feelings, emotions and secrets. If there's something you want to tell but you can't is better you write it down, sure it is a great theraphy.
Do your best and open up your heart to our world!

dulcie tales dijo...

Bellisimo Carmen! sigue escribiendo!